La
ovodonación, sistema por el cual las mujeres reciben los óvulos de una
donante anónima para quedar embarazadas, crece en nuestro país.
Historias en primera persona.
Era la cuarta vez que Liliana Castelo se sometía a un tratamiento
para quedar embarazada. El día en que debían darle los resultados del
test se levantó de la cama, se miró al espejo y se sintió rara: “Hoy
estoy más linda, me siento diferente. Seguro que voy a tener un bebé”,
le dijo risueña a su marido. Por esos años, había perdido un embarazo de
tres meses debido a una mala formación sanguínea. A esto se le sumaba
que, por lo avanzado de su edad, sus óvulos estaban vacíos e
incompletos. Liliana no lograba tener un hijo.
“Con mi esposo empezamos a buscar ser padres a los 38 porque yo
creía que antes debíamos tener todas las cosas necesarias. Y así se me
pasó el tiempo. Me puse un negocio, quise crecer y tener una casa.
Programé mi vida y me casé a los 39, después de 10 años de estar de
novia. Ahí empezamos a buscar, pero no lo lograba”, cuenta. Sus
posibilidades de ser madre por vía natural eran casi nulas. “Un vecino
me recomendó ir a un instituto de fertilidad y me hablaron de la
ovodonación. Ahí me dijeron que iban a elegir una persona con mis
características para que el nene sea parecido a mí. Lo pensé durante 6
meses. Me parecía un tema muy fuerte”, recuerda.
El día en que los resultados del test le dieron positivo, a Liliana
le cambió la vida. De repente, sintió que una gran felicidad le entraba
por el cuerpo. Después de seis años de intentarlo, pudo tener un hijo.
Hoy, Marcos es la luz de sus ojos.
Tratamiento.
Según la Red Latinoamericana de Reproducción Asistida (Red LARA),
más del 13% de los ciclos de fertilización in vitro son producto de la
ovodonación. Y es una tendencia en crecimiento.
“Por distintas razones, como por ejemplo que la mujer hoy busca una
realización personal o profesional, las parejas buscan embarazos en
etapas más tardías. A medida de que la edad es más avanzada tienen una
menor calidad de la fertilidad. Y esto en la mujer es más evidente”,
asegura Sebastián Gogorza, presidente de la Sociedad Argentina de
Medicina Reproductiva (SAMeR). Para estas parejas, el tratamiento de
donación de óvulos puede ser fundamental.
“La ovodonación surge de un diagnóstico en el cual la mujer tiene
una falla ovárica, porque le extirparon los ovarios o porque simplemente
ya no funcionan bien. En general tiene que ver con fallas de la edad,
pero también puede ser por un problema genético”, asegura Sergio
Pasqualini, director científico del Instituto Médico Halitus.
El proceso consiste en la recepción por parte de la mujer que busca
quedar embarazada de los óvulos de una donante anónima. Estos son
fertilizados con el semen de su pareja a través de un procedimiento in
vitro. Cuando el óvulo evoluciona, llega el día de la transferencia, y,
una vez formado el embrión, se transporta a la mujer que va a llevar
adelante el embarazo.
Existen ciertos requisitos para ser donante. La mayoría de las
instituciones requiere que la mujer tenga entre 18 y 35 años, y que ya
sea madre de por lo menos un hijo. También se tienen en cuenta algunas
compatibilidades con la futura madre, como la raza y el tono de piel.
Para esto, la donante tiene que pasar por una serie de exámenes
psicológicos y genéticos, a los que le sigue la etapa de estimulación,
en la que es inyectada con medicamentos. Una vez pasado este período, se
le extraen unos 15 óvulos.
“Es muy importante la evaluación psicológica de la donante y de la
receptora antes de comenzar el tratamiento. Algunas ya vienen con la
decisión tomada. Pero lo que no hay que hacer es apurarse con aquellas
que no tienen todo bien claro. En la ovodonación, a diferencia de
trabajar con una mujer con sus propios óvulos, se puede tomar un respiro
ya que no se corre contra el reloj biológico. Hay que trabajar la idea.
Si no, mejor abstenerse”, aclara Pasqualini.
Bebé por dos.
Con 45 años, para Beatriz Steirn la maternidad era casi una idea
descartada. “Ya me veía grande y siempre pensé que si me quedaba sola
iba a hacer todo lo posible para adoptar”, asegura. Pero cuando decidió
irse a vivir con su novio de la adolescencia, con quien se había
reencontrado luego de 28 años, sus pensamientos cambiaron.
“Empezamos una relación. Yo todavía vivía con mis padres y él me
propuso irnos a vivir juntos. Un día le pregunté si querría tener hijos y
él me dijo que no quería planificarlo”, detalla.
Sin quererlo comenzaron a buscar al ansiado hijo, pero,
extrañamente, Beatriz no quedaba embarazada y las dudas comenzaron a
surgir. “La idea era intentarlo por vía natural pero mi pareja le tenía
miedo a la edad. Lo cierto es que para nosotros era muy difícil pagar un
tratamiento, pero no lo lográbamos”, cuenta.
Consternada, decidió acudir a una clínica de fertilidad. Allí,
descubrió que su cuerpo ya no era apto para ser madre. “Cuando nos
propusieron el tratamiento de ovodonación a mi esposo, Miguel, le
parecía muy difícil porque si usábamos óvulos de otra mujer él se iba a
sentir que estaba con otra. Pero a mí me parecía que la maternidad
pasaba por otro lado. Hasta que después se sintió egoísta y accedió a
esta opción”, explica.
A Beatriz le llevó cuatro intentos hasta que los resultados le
dieron positivos, y la sorpresa fue más de lo que ella pudo esperar.
“Ya en la cuarta oportunidad mi doctora quería tirar todas las
cartas porque no sabía si iba a poder hacerlo de nuevo. Volvimos a
probar una vez más. Y una mañana mi esposo estaba preparando café y yo,
que soy amante del café, le dije: ‘¡por favor, sacá ese olor de la
casa!’. Ahí nos quedamos pensando. A la tarde me llamaron para decirme
que estaba embarazada ¡Y que era más de un bebé! Se me cayó el celular
al piso, y no paraba de llorar. Fue muy fuerte. Era más de lo que podía
esperar. El embarazo fue precioso. Llegué a la semana 38 con dos bebés
de peso excelente”, se emociona Beatriz.
Pura voluntad.
Para Susana Fantín de Gentile tampoco fue fácil. Había nacido con un
solo ovario, aunque para ella eso nunca había sido una preocupación. “A
los 20 años, el cirujano que me operó me dijo que no iba a tener
problemas para ser madre, pero a los 37 años no lo lograba. Había
conocido a mi pareja cuando tenía 33 y ya éramos grandes. Tuvimos un
noviazgo de 2 o 3 años y nos fuimos a vivir juntos. La edad me apuraba y
todo se empezó a postergar”, relata.
Rápidamente, su ginecóloga la derivó al hospital Rivadavia donde una
junta médica analizó su caso y el de su pareja. Tras un certero
análisis clínico, el diagnóstico fue contundente: ya no tenía la
suficiente formación de óvulos. Luego de meses de tratamientos con
inyecciones para la estimulación de las gametas, las probabilidades de
tener un bebé seguían siendo lejanas.
“A partir de ahí me pasaron a otro tratamiento, el de la
ovodonación. Fue un tema porque era todo nuevo. Encima, nosotros no
entendíamos de dónde vendría el óvulo. Y no es fácil, tenés que ir todos
los meses cuando estás en tu período para hacerte análisis de sangre.
Llega un punto en que es desgastante”, explica. Para sus 42 años ya
había realizado dos transferencias de gametas sin éxito.
“Hice un intento más y luego del tratamiento, pasaron 3 o 4 días y
no me venía mi período ¡Cuando llamé al instituto, me dijeron que estaba
súper embarazada! Fue rarísimo porque en ese momento no tuve ninguna
emoción, no me pasó nada, no reaccioné. Empecé a llamar a mi familia y
amigos. Al poco tiempo tuve algunas pérdidas e hice reposo, pero por
suerte el resto del embarazo fue bárbaro, no tuve náuseas, vómitos ni
nada”, recuerda.
La tercera en discordia.
Uno de los aspectos más conflictivos para las parejas que optan por
este tratamiento es el hecho de que su hijo tendrá 50 por ciento de
genes de una tercera persona. “Lo primero que una piensa es que el bebé
no va a heredar nada suyo. Cuando entendés eso, querés llorar. Yo lo
hice un día entero pero después lo acepté. El día de mañana si tengo que
hablar del tema con mi hijo y contarle cómo fue concebido, lo voy a
hacer porque tengo muy claro que yo soy su mamá y que la donante sólo me
dio una mano para que eso pasara. Yo lo crié en la panza y lo alimenté.
Acepté las condiciones y hoy soy feliz”, asegura Liliana.
Para Susana la situación fue “rara”. “En las charlas con mi marido
el planteo que le hacía era que, aunque yo iba a tener al bebé en mi
vientre, genéticamente iba a ser mitad suyo. Y él tenía miedo de que yo
en algún momento pensara: ‘este bebé no es mío, es tuyo con otra’. Pero
como yo quería un hijo no me importaba nada. Para mí es mío. Es más,
hasta lo veo parecido a mí. Son dudas que tenemos., señala.
En la Argentina, no existe legislación respecto de la ovodonación.
Las entidades médicas han acordado que el dador deberá ser siempre
anónimo. En otros países, existe un registro de donantes de óvulos, con
fotos y datos personales.
Además de la cuestión legal, otro punto por evaluar es la decisión
de decírselo o no al niño. Entre los profesionales la decisión es
unánime. “Consideramos que hay que decirle la verdad al chico. Si uno no
lo dice, con el tiempo ese ocultamiento puede transformarse en un
búmeran. Hay que pensar en ese niño y estar convencido de que lo que se
está haciendo no es malo. La forma de hacerlo es muy fácil: ‘había una
pieza que fallaba para poder tenerte y hubo que reemplazarla. Y hubo una
persona que en forma generosa nos ayudó’”, explica Pasqualini.
Para Beatriz hoy las cosas son más claras: “Aún con todo lo que
vivimos con los tratamientos, si me preguntas si pasaría por todo esto
de nuevo, no lo pienso dos veces. Yo no los podía tener naturalmente por
un tema de edad no porque tuviera algún problema de salud en
particular. Hoy, escucharlos que me dicen que me aman no tiene precio”,
concluye.
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No porque hayas hecho enmudecer a una persona, la has convencido.
J. MORLEY