domingo, 23 de junio de 2013

Me ayudas a ser madre?


La ovodonación, sistema por el cual las mujeres reciben los óvulos de una donante anónima para quedar embarazadas, crece en nuestro país.
Historias en primera persona.
Era la cuarta vez que Liliana Castelo se sometía a un tratamiento para quedar embarazada. El día en que debían darle los resultados del test se levantó de la cama, se miró al espejo y se sintió rara: “Hoy estoy más linda, me siento diferente. Seguro que voy a tener un bebé”, le dijo risueña a su marido. Por esos años, había perdido un embarazo de tres meses debido a una mala formación sanguínea. A esto se le sumaba que, por lo avanzado de su edad, sus óvulos estaban vacíos e incompletos. Liliana no lograba tener un hijo.

“Con mi esposo empezamos a buscar ser padres a los 38 porque yo creía que antes debíamos tener todas las cosas necesarias. Y así se me pasó el tiempo. Me puse un negocio, quise crecer y tener una casa. Programé mi vida y me casé a los 39, después de 10 años de estar de novia. Ahí empezamos a buscar, pero no lo lograba”, cuenta. Sus posibilidades de ser madre por vía natural eran casi nulas. “Un vecino me recomendó ir a un instituto de fertilidad y me hablaron de la ovodonación. Ahí me dijeron que iban a elegir una persona con mis características para que el nene sea parecido a mí. Lo pensé durante 6 meses. Me parecía un tema muy fuerte”, recuerda.

El día en que los resultados del test le dieron positivo, a Liliana le cambió la vida. De repente, sintió que una gran felicidad le entraba por el cuerpo. Después de seis años de intentarlo, pudo tener un hijo. Hoy, Marcos es la luz de sus ojos.


Tratamiento.
Según la Red Latinoamericana de Reproducción Asistida (Red LARA), más del 13% de los ciclos de fertilización in vitro son producto de la ovodonación. Y es una tendencia en crecimiento.

“Por distintas razones, como por ejemplo que la mujer hoy busca una realización personal o profesional, las parejas buscan embarazos en etapas más tardías. A medida de que la edad es más avanzada tienen una menor calidad de la fertilidad. Y esto en la mujer es más evidente”, asegura Sebastián Gogorza, presidente de la Sociedad Argentina de Medicina Reproductiva (SAMeR). Para estas parejas, el tratamiento de donación de óvulos puede ser fundamental.

“La ovodonación surge de un diagnóstico en el cual la mujer tiene una falla ovárica, porque le extirparon los ovarios o porque simplemente ya no funcionan bien. En general tiene que ver con fallas de la edad, pero también puede ser por un problema genético”, asegura Sergio Pasqualini, director científico del Instituto Médico Halitus.

El proceso consiste en la recepción por parte de la mujer que busca quedar embarazada de los óvulos de una donante anónima. Estos son fertilizados con el semen de su pareja a través de un procedimiento in vitro. Cuando el óvulo evoluciona, llega el día de la transferencia, y, una vez formado el embrión, se transporta a la mujer que va a llevar adelante el embarazo.

Existen ciertos requisitos para ser donante. La mayoría de las instituciones requiere que la mujer tenga entre 18 y 35 años, y que ya sea madre de por lo menos un hijo. También se tienen en cuenta algunas compatibilidades con la futura madre, como la raza y el tono de piel. Para esto, la donante tiene que pasar por una serie de exámenes psicológicos y genéticos, a los que le sigue la etapa de estimulación, en la que es inyectada con medicamentos. Una vez pasado este período, se le extraen unos 15 óvulos.

“Es muy importante la evaluación psicológica de la donante y de la receptora antes de comenzar el tratamiento. Algunas ya vienen con la decisión tomada. Pero lo que no hay que hacer es apurarse con aquellas que no tienen todo bien claro. En la ovodonación, a diferencia de trabajar con una mujer con sus propios óvulos, se puede tomar un respiro ya que no se corre contra el reloj biológico. Hay que trabajar la idea. Si no, mejor abstenerse”, aclara Pasqualini.


Bebé por dos.
Con 45 años, para Beatriz Steirn la maternidad era casi una idea descartada. “Ya me veía grande y siempre pensé que si me quedaba sola iba a hacer todo lo posible para adoptar”, asegura. Pero cuando decidió irse a vivir con su novio de la adolescencia, con quien se había reencontrado luego de 28 años, sus pensamientos cambiaron.

“Empezamos una relación. Yo todavía vivía con mis padres y él me propuso irnos a vivir juntos. Un día le pregunté si querría tener hijos y él me dijo que no quería planificarlo”, detalla.

Sin quererlo comenzaron a buscar al ansiado hijo, pero, extrañamente, Beatriz no quedaba embarazada y las dudas comenzaron a surgir. “La idea era intentarlo por vía natural pero mi pareja le tenía miedo a la edad. Lo cierto es que para nosotros era muy difícil pagar un tratamiento, pero no lo lográbamos”, cuenta.

Consternada, decidió acudir a una clínica de fertilidad. Allí, descubrió que su cuerpo ya no era apto para ser madre. “Cuando nos propusieron el tratamiento de ovodonación a mi esposo, Miguel, le parecía muy difícil porque si usábamos óvulos de otra mujer él se iba a sentir que estaba con otra. Pero a mí me parecía que la maternidad pasaba por otro lado. Hasta que después se sintió egoísta y accedió a esta opción”, explica.

A Beatriz le llevó cuatro intentos hasta que los resultados le dieron positivos, y la sorpresa fue más de lo que ella pudo esperar.

“Ya en la cuarta oportunidad mi doctora quería tirar todas las cartas porque no sabía si iba a poder hacerlo de nuevo. Volvimos a probar una vez más. Y una mañana mi esposo estaba preparando café y yo, que soy amante del café, le dije: ‘¡por favor, sacá ese olor de la casa!’. Ahí nos quedamos pensando. A la tarde me llamaron para decirme que estaba embarazada ¡Y que era más de un bebé! Se me cayó el celular al piso, y no paraba de llorar. Fue muy fuerte. Era más de lo que podía esperar. El embarazo fue precioso. Llegué a la semana 38 con dos bebés de peso excelente”, se emociona Beatriz.


Pura voluntad.
Para Susana Fantín de Gentile tampoco fue fácil. Había nacido con un solo ovario, aunque para ella eso nunca había sido una preocupación. “A los 20 años, el cirujano que me operó me dijo que no iba a tener problemas para ser madre, pero a los 37 años no lo lograba. Había conocido a mi pareja cuando tenía 33 y ya éramos grandes. Tuvimos un noviazgo de 2 o 3 años y nos fuimos a vivir juntos. La edad me apuraba y todo se empezó a postergar”, relata.

Rápidamente, su ginecóloga la derivó al hospital Rivadavia donde una junta médica analizó su caso y el de su pareja. Tras un certero análisis clínico, el diagnóstico fue contundente: ya no tenía la suficiente formación de óvulos. Luego de meses de tratamientos con inyecciones para la estimulación de las gametas, las probabilidades de tener un bebé seguían siendo lejanas.

“A partir de ahí me pasaron a otro tratamiento, el de la ovodonación. Fue un tema porque era todo nuevo. Encima, nosotros no entendíamos de dónde vendría el óvulo. Y no es fácil, tenés que ir todos los meses cuando estás en tu período para hacerte análisis de sangre. Llega un punto en que es desgastante”, explica. Para sus 42 años ya había realizado dos transferencias de gametas sin éxito.

“Hice un intento más y luego del tratamiento, pasaron 3 o 4 días y no me venía mi período ¡Cuando llamé al instituto, me dijeron que estaba súper embarazada! Fue rarísimo porque en ese momento no tuve ninguna emoción, no me pasó nada, no reaccioné. Empecé a llamar a mi familia y amigos. Al poco tiempo tuve algunas pérdidas e hice reposo, pero por suerte el resto del embarazo fue bárbaro, no tuve náuseas, vómitos ni nada”, recuerda.


La tercera en discordia.
Uno de los aspectos más conflictivos para las parejas que optan por este tratamiento es el hecho de que su hijo tendrá 50 por ciento de genes de una tercera persona. “Lo primero que una piensa es que el bebé no va a heredar nada suyo. Cuando entendés eso, querés llorar. Yo lo hice un día entero pero después lo acepté. El día de mañana si tengo que hablar del tema con mi hijo y contarle cómo fue concebido, lo voy a hacer porque tengo muy claro que yo soy su mamá y que la donante sólo me dio una mano para que eso pasara. Yo lo crié en la panza y lo alimenté. Acepté las condiciones y hoy soy feliz”, asegura Liliana.

Para Susana la situación fue “rara”. “En las charlas con mi marido el planteo que le hacía era que, aunque yo iba a tener al bebé en mi vientre, genéticamente iba a ser mitad suyo. Y él tenía miedo de que yo en algún momento pensara: ‘este bebé no es mío, es tuyo con otra’. Pero como yo quería un hijo no me importaba nada. Para mí es mío. Es más, hasta lo veo parecido a mí. Son dudas que tenemos., señala.

En la Argentina, no existe legislación respecto de la ovodonación. Las entidades médicas han acordado que el dador deberá ser siempre anónimo. En otros países, existe un registro de donantes de óvulos, con fotos y datos personales.

Además de la cuestión legal, otro punto por evaluar es la decisión de decírselo o no al niño. Entre los profesionales la decisión es unánime. “Consideramos que hay que decirle la verdad al chico. Si uno no lo dice, con el tiempo ese ocultamiento puede transformarse en un búmeran. Hay que pensar en ese niño y estar convencido de que lo que se está haciendo no es malo. La forma de hacerlo es muy fácil: ‘había una pieza que fallaba para poder tenerte y hubo que reemplazarla. Y hubo una persona que en forma generosa nos ayudó’”, explica Pasqualini.

Para Beatriz hoy las cosas son más claras: “Aún con todo lo que vivimos con los tratamientos, si me preguntas si pasaría por todo esto de nuevo, no lo pienso dos veces. Yo no los podía tener naturalmente por un tema de edad no porque tuviera algún problema de salud en particular. Hoy, escucharlos que me dicen que me aman no tiene precio”, concluye.

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No porque hayas hecho enmudecer a una persona, la has convencido.
J. MORLEY